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Cualquier proceso que se presente en el organismo y que tenga que ver con la salud o la enfermedad tendrá que ver con los recursos energéticos del cuerpo. En este sentido, los trabajos publicados por Achim Peters (1), Rainer H. Straubb (2) y Leo Pruimboom (3) presentan de una manera clarividente la gestión de la energía corporal como base para entender la salud, la enfermedad y el rendimiento del ser humano.
El enfoque evolutivo de sus trabajos, especialmente de los trabajos presentados por Leo Pruimboom, posicionan a la evolución de nuestra especie en el epicentro de todos los procesos relacionados con el metabolismo.
Para entender lo que somos, hemos de mirar al pasado. Todos los sistemas que gobiernan nuestra salud y por tanto nuestro rendimiento, se seleccionaron en un contexto de máxima carencia de recursos energéticos, lo que debería haber establecido un cierto criterio de direccionalidad en los recursos energéticos del organismo tal como propone Bruce Ames (4) en su trabajo, The Triage Theory of Aging (vídeo al final) o Thomas Kirkwood en su Teoria sobre la Pleoitropía Antagonista (5)
La necesidad de sobrevivir y de reproducirnos han sido los dos motores evolutivos que nos han traído hasta el día de hoy. De alguna manera fue absolutamente necesario que los flujos energéticos en el organismo se fueran asignando preferentemente hacia aquellos órganos con mayor capacidad de hacernos sobrevivir: El cerebro por un lado, pues seguramente la capacidad de mejorar los procesos de toma de decisiones facilitó nuestra supervivencia (6) y el sistema inmunitario por otro, por su capacidad de combatir patógenos, la gran causa de muerte de nuestros antecesores.
Cerebro y Sistema Inmune. Dos sistemas caros desde un punto de vista energético que tuvieron que co evolucionar en un contexto de carencia energética. ¿Cómo es posible, por tanto, suministrar energía a ambos sistemas? Resulta inviable responder a esta pregunta sin entender el impacto del biorritmo y de los ciclos circadianos en el reparto de energía corporal (7). Y es precisamente aquí donde encontramos a día de hoy uno de los principales problemas relacionados con nuestro rendimiento: la pérdida del biorritmo, que en muchos casos, puede sensibilizarnos al desarrollo de enfermedades (8), pero con seguridad en todos los casos será responsable de disminuir nuestro máximo potencial de rendimiento, pues la capacidad de tiro energético cerebral se verá afectada (9).
La pérdida del biorritmo rompe los ciclos de actividad y descanso de los órganos corporales, es decir, altera de manera importante el reparto de energía, lo que se traduce en que nuestro sistema más reactivo, el sistema inmunitario comienza a dominar el reparto energético en el organismo (The selfish Immune System) (10). Esta situación, mantenida en el tiempo, terminará generando dos consecuencias directas, la facilitación de procesos inflamatorios en el organismo por un lado y la pérdida de la capacidad de tiro energético en el cerebro por otro, es decir, facilita la competencia crónica entre los dos supersistemas en el organismo por los recursos energéticos (2). Desde este momento el rendimiento cerebral se podrá ver afectado, pues tanto el cerebro, como el sistema inmunitario desarrollarán estrategias por acceder a la energía generando consecuencias en forma de síntomas y pérdida de rendimiento.
Desde el IEP, bajo la visión integradora de la Psiconeuroinmunología clínica somos capaces de identificar factores asociados a nuestro estilo de vida que rompen el reparto de energía y facilitan la activación inmunitaria dificultando así la asignación del flujo energético en favor del cerebro (The selfish Brain) y disponemos de las herramientas necesarias para intervenir recuperando la gestión energética corporal.
Referencias de este artículo
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13 Marzo
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