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La necesidad constante de adaptarnos a un ambiente cambiante ha sido el motor evolutivo que ha perfeccionado el reparto de recursos y que ha gestionado la competencia por los mismos entre los diferentes órganos(1).
La salud, también tiene que ver con la capacidad del organismo de suministrar a cada célula, tejido y órgano la cantidad de energía necesaria para que las células que configuran estas estructuras puedan asegurar sus funciones. Para confirmar esta función disponemos de un metabolismo que asegura la energía, una glándula tiroidea que la distribuye, y un cerebro que ajusta constantemente la distribución de la misma.
Y todo esto, ¿para qué? Pues realmente para una única cosa: para incrementar nuestra posibilidad de sobrevivir, ya sea optimizando mecanismos y estrategias de supervivencia o bien mejorando nuestra fertilidad y capacidad reproductiva.
Dos órganos parece que dominan: el cerebro y el sistema inmunitario. Si hay algo que caracteriza al Homo Sapiens es nuestro coeficiente de encefalización, es decir, el tamaño de nuestro cerebro, el cual en proporción al peso corporal y metabolismo basal es significativamente mayor de lo esperado, muy por encima del de cualquier otro primate con el que nos podamos comparar(2). De alguna manera, la capacidad que hemos tenido a lo largo de la evolución para invertir energía en el desarrollo de este órgano, nos ha convertido en seres únicos y en muchos sentidos excepcionales.
Poseemos otro órgano más antiguo e increíblemente complejo cuando lo comparamos con el de cualquier otro mamífero: nuestro sistema inmunitario(3). En gran medida somos lo que somos hoy en día, debido a la influencia que la presión evolutiva ha generado sobre las funciones y relaciones que se establecen entre estos dos superórganos tan diferentes entre sí, y ambos especializados en salvarnos la vida: el cerebro a través de la inteligencia (Watve 2007, Nunn 2014) y el sistema inmunitario combatiendo infecciones y reparando heridas(4).
Estas dos funciones, ocupan el lugar más alto en la jerarquía del reparto de energía en el organismo, siendo estos dos órganos los más caros de mantener desde un punto de vista energético(5). Para algunos autores (Kubera 2012, Peters 2011, Peters 2009, Peters 2007, Peters 2004, Pruimboom 2015, Straub 2014), su gasto energético en ciertas situaciones podría llegar a ser tan alto que han sido capaces de desarrollar comportamientos “egoístas”, que implican que en un momento dado, podrían llegar a desarrollar estrategias que les permiten “robar” recursos al resto de órganos anteponiendo así sus necesidades energéticas por encima de las de cualquier otro órgano del cuerpo (6).
Os dejamos con esta intervención precisamente de Achim Peters (Selfish Brain Theory) en una sesión organizada por TED en Berlín hace ya 6 años.
Referencias
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13 Marzo
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