Al poco de iniciar mi vida laboral como cocinero me percate de cierto desinterés, incluso rechazo, a incorporar y aplicar la nutrición en el día a día de la cocina. Inicialmente comencé a modificar ciertas elaboraciones tradicionales, variaciones mínimas, sencillamente eliminaba harina, nata, y lo que consideraba excesos de azúcar en determinados postres, sin que nadie percibiera un cambio, animándome a introducir elaboraciones más saludables en el menú del día… la respuesta de la clientela diaria fue excelente.

En paralelo mi pareja, que es enfermera, comenzó la formación de algo llamado PNI clínica, psiconeuroinmunologia, la cual atrajo mi atención desde el primer momento. Me resultaba una nueva disciplina realmente ambiciosa y totalmente multidisciplinar, ya que engloba casi todas las ciencias de la salud puestas al servicio de incrementar el bienestar general pero teniendo en cuenta cómo somos, vivimos e interactuamos con el entorno actual.

Así que dicho y hecho, comenzamos a aplicar sus principios en la medida de lo posible, y funcionaba. En el campo de la alimentación me motivó el reto de incorporar estas nuevas pautas, mi alimentación diaria tenía que reinventarse y fue más fácil y creativo cada vez. Tras un año, la alimentación familiar se había transformado y del día a día surgieron las soluciones, sin olvidar que es importante disfrutar de lo que comemos (de lo que somos y de lo que hacemos).

Esta fue la propuesta que le hice a Daniel de la Serna, director del IEP.